Amanece
en la ciudad.
El
frío sol de una mañana de invierno, asola hasta los más recónditos
callejones llenos de mugre y escoria. Los desgraciados explotados
comienzan su rutina, una vez más. Es un día normal, un día más en
el barrio, un día más de invierno, un día más en la ciudad.
Me
despierto entre sudores. No recuerdo que he soñado y me aterra
recordarlo. -Mejor así.- pienso.
Voy
a la cocina a intentar despejarme. Rebusco en los bolsillos de la
chaqueta de ayer a ver si sigo estando pertrechado de tabaco. Veo que
no.
Bebo
agua fría que recorre, como el rocío, mi garganta.
Miro
por la ventana en un arrebato de energía, dispuesto a darme un
matinal paseo.
Veo
al hombre, a ese hombre…
Vestido
con un enorme abrigo negro, despeinado y con una larga melena caduca,
y con un cigarro humeando la calle. Lo he visto otras veces y sigo
sin saber quién es. Dicen que es de Irlanda, otros dicen que es de
un pueblo muy cerca de aquí.
La
única certeza es que se pasa las tardes en un antro bebiendo
cerveza, como yo en los largos fin de semana, de ahí que
coincidamos.
Porta
un aura muy oscura, unas vibraciones negativas, como queráis
llamarlo.
Siempre
mira a los ojos de la gente, por encima de sus gruesas gafas,
intentando entrar en la más profunda de sus entrañas.
Con
el paso apesadumbrado, abandona mi campo visual, como rastreando una
línea imaginaria, recto, impasible, sigue.
El
sol se pone en la ciudad.
Un
tono naranja inunda ahora, las calles y avenidas.
Los
pobres explotados, vuelven al hogar con el pan bajo sus regazos.
Yo,
salgo.
Me
aventuro a los garitos y antros de mala muerte, buscando, un sueño.
Es
pues, en el bar de siempre, -¿como no…?- que lo encuentro.
Me
mira fijamente, él también sabe quién soy.
La
espuma de la cerveza le atosiga el bigote.
Acabo
en la barra a su lado. Me sigue mirando.
Me
pido una, a su salud.
Como
veo que sigue tratando de infiltrarse en mis poros, le saludo.
No
dice nada. Sigue bebiendo.
Es
la primera vez que me fijo en las arrugas de su cara, debe ser muy
mayor, pero sin embargo, por su actitud corporal, no lo parece.
Comienza,
repentinamente, a hablarme.
Despacio,
con acento inglés, muy despacio.
Entiendo
ahora todo. Quién es, que hace aquí, que era.
Me
cuenta con detalles y en la compañía de otras cervezas, su sueño
de muerte.
Y
anochece en la ciudad.
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