martes, 7 de maio de 2019

Sueño de muerte


Amanece en la ciudad.
El frío sol de una mañana de invierno, asola hasta los más recónditos callejones llenos de mugre y escoria. Los desgraciados explotados comienzan su rutina, una vez más. Es un día normal, un día más en el barrio, un día más de invierno, un día más en la ciudad.
Me despierto entre sudores. No recuerdo que he soñado y me aterra recordarlo. -Mejor así.- pienso.
Voy a la cocina a intentar despejarme. Rebusco en los bolsillos de la chaqueta de ayer a ver si sigo estando pertrechado de tabaco. Veo que no.
Bebo agua fría que recorre, como el rocío, mi garganta.
Miro por la ventana en un arrebato de energía, dispuesto a darme un matinal paseo.
Veo al hombre, a ese hombre…
Vestido con un enorme abrigo negro, despeinado y con una larga melena caduca, y con un cigarro humeando la calle. Lo he visto otras veces y sigo sin saber quién es. Dicen que es de Irlanda, otros dicen que es de un pueblo muy cerca de aquí.
La única certeza es que se pasa las tardes en un antro bebiendo cerveza, como yo en los largos fin de semana, de ahí que coincidamos.
Porta un aura muy oscura, unas vibraciones negativas, como queráis llamarlo.
Siempre mira a los ojos de la gente, por encima de sus gruesas gafas, intentando entrar en la más profunda de sus entrañas.
Con el paso apesadumbrado, abandona mi campo visual, como rastreando una línea imaginaria, recto, impasible, sigue.

El sol se pone en la ciudad.
Un tono naranja inunda ahora, las calles y avenidas.
Los pobres explotados, vuelven al hogar con el pan bajo sus regazos.
Yo, salgo.
Me aventuro a los garitos y antros de mala muerte, buscando, un sueño.
Es pues, en el bar de siempre, -¿como no…?- que lo encuentro.
Me mira fijamente, él también sabe quién soy.
La espuma de la cerveza le atosiga el bigote.
Acabo en la barra a su lado. Me sigue mirando.
Me pido una, a su salud.
Como veo que sigue tratando de infiltrarse en mis poros, le saludo.
No dice nada. Sigue bebiendo.
Es la primera vez que me fijo en las arrugas de su cara, debe ser muy mayor, pero sin embargo, por su actitud corporal, no lo parece.
Comienza, repentinamente, a hablarme.
Despacio, con acento inglés, muy despacio.
Entiendo ahora todo. Quién es, que hace aquí, que era.
Me cuenta con detalles y en la compañía de otras cervezas, su sueño de muerte.
Y anochece en la ciudad.

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