Bañada por las olas del Atlántico, que dicen sus eternos suspiros y lamentos de salitre, la Real Villa de Baiona, coronada por las almenas y torreones de la Fortaleza de Monterreal, nos recibe con la sonrisa de las Islas Cíes, posadas en el lecho trémulo del mar, que coronan como tres esmeraldas la frente de la reina de las rías de Galicia.
Nada más llegar, nos dirigimos a la Fortaleza de Monterreal, testigo de tantos asedios y batallas. Pasamos debajo de sus arcos de piedra que lucen esculpidas en sus escudos las armas de la melancólica dinastía de Habsburgo. Este puerto de Baiona fue decisivo para defender los dominios de los poderosos reyes de la casa de los Austrias. Por algo Felipe II, "el Rey Prudente", dijo "Bayona, llave de mis reinos". Porque las murallas de Monterreal tuvieron que repeler innumerables invasiones a lo largo de los siglos, desde las naves romanas de Julio César hasta las huestes del caudillo musulmán Almanzor. En época más reciente, sus cañones también frenaron los ataques de los ingleses y portugueses.
Recorremos las viejas murallas, acariciadas por la brisa del mar y salpicadas por las olas. Un olor a pólvora, recuerdo de pasados combates y batallas, parece surgir de las piedras militares. Posadas en las almenas, las gaviotas cantan dulces barcarolas aprendidas en la soledad de las islas ignotas. Seguimos nuestro recorrido bajo la sombra de los árboles, entre viejos cañones oxidados y torreones defensivos. A lo lejos, la presencia de las Islas Cíes, envueltas en un cendal de brumas, reconforta nuestro corazón.
Un sencillo crucero de piedra nos recibe con los brazos abiertos.
Nada más llegar, nos dirigimos a la Fortaleza de Monterreal, testigo de tantos asedios y batallas. Pasamos debajo de sus arcos de piedra que lucen esculpidas en sus escudos las armas de la melancólica dinastía de Habsburgo. Este puerto de Baiona fue decisivo para defender los dominios de los poderosos reyes de la casa de los Austrias. Por algo Felipe II, "el Rey Prudente", dijo "Bayona, llave de mis reinos". Porque las murallas de Monterreal tuvieron que repeler innumerables invasiones a lo largo de los siglos, desde las naves romanas de Julio César hasta las huestes del caudillo musulmán Almanzor. En época más reciente, sus cañones también frenaron los ataques de los ingleses y portugueses.
Entramos en Monterreal tras pasar bajo sus arcos de piedra con los blasones de los Austrias.
Recorremos las viejas murallas, acariciadas por la brisa del mar y salpicadas por las olas. Un olor a pólvora, recuerdo de pasados combates y batallas, parece surgir de las piedras militares. Posadas en las almenas, las gaviotas cantan dulces barcarolas aprendidas en la soledad de las islas ignotas. Seguimos nuestro recorrido bajo la sombra de los árboles, entre viejos cañones oxidados y torreones defensivos. A lo lejos, la presencia de las Islas Cíes, envueltas en un cendal de brumas, reconforta nuestro corazón.
Unos de los muchos cañones que defendían antaño la Fortaleza de Monterreal.
Después de recorrer las murallas de la fortaleza, nos acercamos al puerto. En él, mecidos por las olas, cabecean los mástiles de la réplica de la carabela "La Pinta", una de las tres naves que descubrió las Indias en 1492. Este barco, capitaneado por Martín Alonso Pinzón, llegó a Baiona en 1493, que se convertía así en el primer lugar del viejo continente que supo del Descubrimiento del Nuevo Mundo. Todos los años se conmemora este histórico suceso con la popular "Festa da Arribada de Baiona".
Réplica de la carabela de Martín Alonso Pinzón "La Pinta".
Por último, después de visitar el interior de la carabela, nos adentramos en el casco viejo de la villa, un laberinto de rúas estrechas y casas blasonadas. En las posadas y restaurantes, repletos de turistas, se degustan los manjares de la ría. Rumor de conversaciones alegres y carcajadas festivas llena las calles de piedra. Nosotros nos vamos. Las nubes, teñidas ya por la sangre del crepúsculo, navegan como blancas carabelas rumbo de bahías ignotas y ciudades sumergidas. Atrás queda, presidida por las almenas y torres de la Fortaleza de Monterreal, la Real Villa de Baiona, la primera población de Europa que supo la buena noticia del Descubrimiento de América.
"Encontro entre dous mundos", monumento al Descubrimiento de América en Baiona.
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