sábado, 18 de maio de 2019

Coruñeses [1º parte]


1.

El Corta Cabelleras.


En un antiguo callejón, debajo de un imponente arco, por el que parece que el tiempo no ha efectuado su acostumbrada mella, se erige un pequeño local. Enfrente, una cafetería familiar, donde los clientes del corta cabelleras, esperan su turno, desayunando y charlando con la joven camarera, que, con un marcado carácter, sirve cafés con decisión, escrutando con sus ojos, tu alma y tus entrañas. Al lado derecho del hogar del corta cabelleras, está un antiguo edificio, que ahora sirve de biblioteca pública, donde se respira un ambiente de nerviosismo y sudor, generado por los estudiantes angustiados por los exámenes que les acechan como un lobo hambriento en el bosque.

Son las 9 de la mañana. El Corta Cabelleras, apurando el cigarro y acompañado de su fiel compañera canina, llamada Clyde, abre el negocio. Prepara sus instrumentos y herramientas de trabajo, y lo más importante para él, la música. Su música resuena por todo el callejón, como aislada del mundanal ruido de los coches y la gente. Ese callejón parece ser igual desde hace 70 largos años. Mientras los clientes van llegando, aún con la garganta caliente por el café hervido, Clyde, con porte elegante e intimidatoria, permanece en la puerta, vigilando. Discerniendo quién es cliente y quién no.
El primer afortunado, se sienta en la vieja silla de barbero que reina en el habitáculo. Mediando poca palabra, se dispone a realizar su tarea. Afilando con maña la navaja, empieza, no a cortar, si no, a esculpir la caballera. Cada poco, enciende otro cigarro, tose, y vuelve a fumar.
Es un hombre enigmático.
Cuando suelo ir, hablamos un poco, de como van las cosas por la ciudad.
-Todo bien, supongo.- acabamos por sentenciar los dos casi a la vez.
Tampoco es demasiado serio, su sentido del humor es muy irónico y directo. Con su voz, malgastada por los años de fumador, se ríe y casi seguidamente, tose.
Pese a los años, sigue manteniendo sus ganas por cortar cabelleras. Recuerdo una de las primeras veces que fui, he de reconocer con miedo, pues, siempre he tenido algo de desconfianza hacia lo desconocido, recordó que llevaba trabajando desde el 77. Sin duda, parece que sigue igual desde aquellos pasados años. Y eso es lo que me hace volver.
Sin embargo, y a día de hoy, sigo sin saber como es su vida fuera del trabajo, y lo conozco desde hace varios años, quizás esa es la magia que permite vivir a una especie de relación entre amistad y cliente.
Quizá es un músico fascinante, siempre me pareció que portaba un aura de instrumentalista de jazz, tocando en una pequeña banda en silenciosos bares, que pierden cada sábado noche, su virginidad.
Quizá es alguien que solamente disfruta del jazz sin más intención que esa, y lo vive cada día, lo necesita como el aire.
Quizá, lo hermoso sea que me mantengo en la ignorancia. Puede ser todo, todo lo bueno y todo lo malo a la vez, como los buenos habitantes de esta ciudad con mar.

Acaba el cigarro.
Cierra la navaja.
-Puedes ponerte las gafas y ver que te parece…
A tientas encuentro las lentes, en el pequeño sobresaliente del espejo que tengo delante de la silla.
Me miro sabiendo, casi, que habrá hecho un grato trabajo, como de costumbre.
Le pago, una miseria comparado con la extensa competencia. Y la propina para un café.
Salgo, azotado por el viento, echo un vistazo a mis espaldas, y lo veo recibiendo a otro cliente, pero antes, cambia de canción.
El tiempo vuelve a su fluir cuando salgo de ese callejón.

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