En el centro de la ciudad de Pontevedra, delante mismo de la basílica de la Virgen de la Peregrina, se levanta la estatua del loro Ravachol. Allí, ya con el pico callado para siempre, el que fuera el habitante más popular de la ciudad del Lérez ve como pasan los viandantes por el gran teatro del mundo.
Parece ser que el nombre de Ravachol vendría de François Claudius Koeniggstein, un anarquista francés más conocido por François Ravachol. Tras ser detenido por poner una bomba en un café, fue detenido y condenado a muerte. Su cabeza rodó por las calles de París. Cuando le regalaron el loro al farmacéutico pontevedrés Perfecto Feijóo, lo bautizó con el nombre de Ravachol. Y la verdad es que le venía perfecto por el carácter rebelde del loro. Existen otras teorías. El intelectual Filgueira Valverde sostenía que Ravachol sería uno de los descendientes de las aves traídas por los galeones de Rande, hundidos bajo las aguas de la bahía de San Simón en 1702. En efecto, se sabe que los navíos de la Flota de la Plata, además de las riquezas que financiarían la Guerra de Sucesión Española, transportaban en sus bodegas los más insospechados tesoros de las Indias: monedas aztecas, el oro guanín del Perú, amatistas, perlas, esmeraldas, flores raras, especies nunca vistas, animales exóticos, aves del Paraíso, papagayos y loros.
Sea como sea, el loro Ravachol se convirtió rápidamente en uno de los símbolos de la ciudad. En la tertulia de la botica de don Perfecto Feijóo dejaba a todos pasmados con sus ingeniosas respuestas. Su frase preferida era "Se collo a vara". Porque el loro Ravachol hablaba siempre en gallego. Lo había aprendido de las mujeres que vendían sus productos en la Plaza de la Leña. Fueron también célebres sus enfrentamientos con diferentes personalidades de su tiempo, como cuando llamó puta a doña Emilia Pardo Bazán o cuando le dijo "Vaite de aí, larpeiro" al influyente político Montero Ríos.
Ravachol vivió una vida plena y murió feliz, por un empacho de bizcochos empapados en vino. Su entierro, el día 5 de febrero (Miércoles de Ceniza) de 1913, fue uno de los más multitudinarios en la historia de la ciudad. Miles de personas disfrazadas llenaron las calles pontevedresas. Llegaron telegramas de condolencias desde todas las partes de España y los periódicos locales abrieron sus portadas con la noticia. Desde entonces, todos los Carnavales, los habitantes de Pontevedra se ponen sus máscaras y rememoran el cortejo fúnebre. Y durante varios días resucita Ravachol, el eterno compañero de don Perfecto Feijóo, el símbolo por excelencia del Carnaval pontevedrés, el loro más famoso del mundo.
Estatua del loro Ravachol en Pontevedra.
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