domingo, 19 de maio de 2019

En el Monasterio de Caaveiro

Arropado por los árboles de las Fragas del Eume, los bosques atlánticos mejor conservados de Europa, el Real Monasterio de San Juan de Caaveiro resiste con solemnidad el inexorable paso de los siglos. En el ancestral silencio del bosque gallego, roto solo de vez en cuando por los cantos de los pájaros y la canción de las gotas de lluvia sobre las ramas, esta joya del románico custodia bajo sus bóvedas más de mil años de historia.


El Real Monasterio de San Juan de Caaveiro.

Este monasterio medieval fue fundado en el año 932 como refugio para los muchos ermitaños de la zona. Pronto ganó poder gracias a las donativos de San Rosendo, llegando a convertirse en una de las abadías más poderosas de la comarca, libre del control de la Diócesis de Santiago. Por Caaveiro pasaron personajes históricos como San Rosendo, cuyas reliquias se conservan en la catedral de Santiago, y que escogió la soledad del monasterio para retirarse del mundanal ruido. Cuenta la leyenda que San Rosendo se levantó una mañana y, viendo las nubes grises preñadas de lluvia que se cernían sobre las torres del Monasterio, se quejó pesaroso. Luego se dio cuenta de su pecado, pues el tiempo era también voluntad de Dios y, como penitencia, arrojó su anillo episcopal al río Eume. Años más tarde, mientras el cocinero del monasterio trataba de abrir un salmón pescado en el río para saciar el apetito de los monjes, descubrió dentro de los intestinos del pez el anillo de San Rosendo. Cuando se lo comunicó al obispo, este dio gracias a Dios por haber perdonado su pecado.


 Caminamos hacia Caaveiro por las riberas del río Eume.

Para llegar al Monasterio, que se levanta a 60 metros de altura sobre las aguas del Sesín y del Eume, tenemos que subir un tramo de seis kilómetros de cuesta pronunciada. Caminamos al lado del río, bajo cuyas aguas cristalinas nadan las truchas y los salmones que servían antaño de sustento para los monjes del cenobio. Los cantos de las aves, posados en las ramas de los robles y castaños de las Fragas, nos hacen más amena la subida. También escuchamos la canción del río, que pasa lamiendo las raíces de los árboles camino de las olas y las islas del mar libre.


Uno de los puentes colgantes que salvan las aguas cristalinas del Eume.

Después de respirar el aura mágica del Monasterio de Caaveiro, cercado siempre por un cendal de nieblas, emprendemos el camino de regreso. Ya danzan las estrellas sobre las agrestes soledades de las Fragas y los primeros murciélagos empiezan a tejer los hilos oscuros de la noche. Atrás quedan las piedras milenarias del Monasterio de Caaveiro, iluminadas por los pálidos rayos de la luna, que guardan en el silencio de las Fragas del Eume secretos y leyendas de pasadas edades.


Cuadro de Lugrís que muestra la soledad del Monasterio de Caaveiro sobre las Fragas del Eume.

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