martes, 23 de xullo de 2019

En las Islas Cíes

Hace ya dos veranos visité por primera vez las Islas Cíes. Salimos del puerto de Vigo por la mañana temprano, cuando todavía no se habían disipado las últimas brumas del amanecer. El barco trazaba largas estelas de plata sobre las aguas verdosas de la ría. La brisa del mar nos llenaba las camisas, como en un verso de Rafael Alberti. En el horizonte, como tres esmeraldas que coronasen la frente de la reina de las rías de Galicia, estaban las Islas Cíes, las legendarias Casitérides, las Islas de los Dioses de los antiguos romanos.


Llegando a las Islas Cíes.

Cuando desembarcamos y pisé por primera vez las islas, me sentí tan feliz como Ulises al regresar a Ítaca con su dulce Penélope después de batallar largos años ante los muros de Troya. En la perfecta playa de Rodas las olas morían mansas sobre las arenas blancas. Las gaviotas, alegres debajo del sol del verano, cantaban barcarolas de miel aprendidas en la soledad de las islas. Recorrimos ese primer día los caminos de las Cíes hasta que el sol naufragó bajo las aguas del Atlántico, incendiadas por los rayos del ocaso, y fuimos a nuestras tiendas de campaña.


El faro de Cíes.

Dormimos bien esa noche bajo las constelaciones que guiaban a los nautas antiguos, arrullados por los cantos de los grillos y los suspiros de las olas al morir en las playas. Visitamos luego los tres faros de las Islas: el faro de Monteagudo, el de Cíes y el de Porta. Por el camino, mientras disfrutábamos de las vistas, nos íbamos encontrando con grutas escondidas, en las que parecían estar sirenas peinando sus cabellos dorados con peine de plata.  Al fondo, rodeado por un anillo de brumas, se veía la Isla de San Martiño, sobre la que brillaban ya las primeras estrellas.


Vista de la Isla de San Martiño desde el faro de Porta.

Así pasaron siete días. Llegó la hora de la despedida. Subimos al barco de regreso. Levamos anclas y nos alejamos de las Cíes. Desde la popa del catamarán decíamos adiós a las Islas, que quedaban cada vez más lejos, como tres esmeraldas que coronasen las aguas verdosas de la ría de Vigo, como tres lágrimas verdes caídas del cielo. En los pueblos vecinos (Cangas, Bueu, Chapela...) empezaban a faenar los marineros en sus barcos de pesca. Al echar anclas en el muelle vigués, ya casi no se divisaban las Cíes en el horizonte, pero nos llevamos en el corazón su recuerdo.


Despedida de las Islas Cíes.

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