En el cementerio de Boisaca, en las afueras de la ciudad de Santiago de Compostela, descansan para siempre los restos de don Ramón María del Valle-Inclán. De sus manos huesudas y de sus largas barbas de chivo ya solo quedan grises cenizas, cenizas que reposan debajo de la humilde lápida cubierta de musgos, a la sombra de los cipreses oscuros y pensativos. Hoy visitamos la tumba del gran escritor gallego, para que no muera su memoria.
Caminando por las rúas eternas de Compostela.
Ramón María del Valle-Inclán moría el día 5 de enero de 1936, precisamente en Santiago. Terminaba su travesía vital en Galicia, tras pasar por ese México de leyendas de dioses crueles y trágicas dinastías y de los besos azucarados de la Niña Chole, por las tertulias y los cafés de la bohemia de Madrid, por las trincheras del frente francés en la Primera Guerra Mundial... Don Ramón regresaba para morir en su Galicia natal, la patria del Palacio de Brandeso, por cuyos pasillos y jardines transcurrían los amores del Marqués de Bradomín y la pobre Concha, mientras cantaban posados en las camelias los mirlos enseñados por el paje Florisel.
La famosa estatua de Valle-Inclán en el Paseo de los Leones de Santiago.
Al igual que su vida, su muerte también está nimbada de leyenda. El entierro tuvo lugar el Día de los Reyes Magos de 1936, una tarde de diluvio. El féretro fue conducido por las calles compostelanas hasta llegar al cementerio de Boisaca. Se dice que cuando bajaban el ataúd a la fosa, al atardecer, un joven anarquista se abalanzó para arrancar el crucifijo. Ataúd y joven rodaron por el suelo, en un cuadro que parecía sacado de los mejores esperpentos del difunto. También se dice que los falangistas, para desprestigiar a un autor al que no perdonaban los giros ideológicos de sus últimos años, enterraron un perro muerto al lado de la tumba.
Placa conmemorativa de la muerte del autor.
Como veis, Valle-Inclán fue genio y figura hasta la sepultura, nunca mejor dicho. Tras mil anécdotas y leyendas, esperpentos y duelos, amoríos y secretos, sus restos descansan en la paz del cementerio de Boisaca, a la sombra de los cipreses venerables. Allí duermen para siempre, arrullados por los réquiems del ruiseñor y por las graves campanadas de Compostela. Y sobre su tumba caen, como caen en sus mejores páginas, las gotas eternas de la lluvia de Galicia.
La tumba de Valle-Inclán.
Con este artículo oficialmente ya molas más que Valle
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